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Esa misma mañana habían discutido fuertemente entre Tadeo y Julián. Por lo que el primero optó por salir a caminar. No quería verlos. No quería ver como Cristian sufría tendido en la cama, con quemaduras profundas en casi toda la parte posterior de su cuerpo. No quería ver como Julián trataba de animar a su novio, pero oscurecía sus ojos cada vez que Cristian no lo veía. No quería verse él mismo en el espejo. Más que nunca, ahora, su reflejo le repugnaba.
Solo quería caminar. Alejarse de allí. Alejarse de todos. Alejarse de él.
Sus pensamientos chocaron contra un muro. O más bien, fue su cuerpo el que chocó contra otro.

- ¡Ey! ¡Cuidado!

Tadeo no había visto al adolescente que venía corriendo en su dirección y habían chocado sus cabezas, uno mirando sus pies, el otro corriendo sin control.

- P-perdón… - Dijo Tadeo frotándose la cabeza en la zona del impacto.

Levantó la mirada y lo vio entonces. Había colisionado con un muchacho que no debía haber cumplido 17 años aun. De tez morena y estatura mediana.

- ¿Estás bien? – Preguntó el Manipulador Fuego.
- Si… Boludo ¡Qué golpe! – Respondió el adolescente con cara de dolor y su mano también en su cabeza.
- ¿Por qué corrías?
- ¡Por mi vida! Mi hermana. ¡Me va a matar!
- ¿Eh? – Tadeo no entendía nada.

- ¡Seguíme! – Dijo el joven antes de lanzarse a correr nuevamente.

Tadeo lo contempló alejarse unos instantes y empezó a correr tras él. Pocas cosas más interesantes tenía que hacer.
Después de más de cinco minutos de correr por todo el pueblo, doblando en esquinas estrechas y metiéndose en pasillos oscuros, el guía en esa frenética e ilógica carrera se detuvo, con Tadeo detrás.

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