Había
aprendido a no compartir sus creencias con la gente que cruzaba en su camino.
Nunca llegaba a buen puerto cuando lo hacía.
En
cambio, pretendía pasar como una persona “normal”, o lo más “normal” posible
considerando lo poco que se había dado cuenta que sabía de cosas básicas del
mundo exterior. Por supuesto, una vida de reclusión y ruegos, charlas
monotemáticas sobre El “Superior” y las distintas plegarias respondidas, habían
acaparado por completo su vida y sus conocimientos. Era poco lo que en su
familia y menos aún en su clan, se hablaba de temas externos a ellos.
¡Pura
basura! Gritó por dentro. Nadie acudía a ella jamás. Por lo tanto no tenía
pruebas de la existencia del “Superior”.
Sabía
que sus pensamientos rayaban lo ilegal para su clan….
En
fin, ella ya no tenía clan, por lo que nadie debía decirle qué pensar nunca
más…
Minutos
más tarde volvió a hincarse de rodillas en el viejo y polvoriento vagón y
comenzó a suplicar perdón por sus ideas.
Al
parecer, las costumbres pesaban más que los ideales.
Al
despertar, horas después, con los músculos doloridos, decidió abandonar su
refugio y seguir camino. No sabía bien cuál era su destino, solo esperaba
encontrar algo que le ayudara a aclarar sus ideas, o al menos, apaciguar el
caos en su interior, lograr quizás conectar con el ser divino, podría ser el
mejor final para su travesía.
Alistó
sus escasas pertenencias, todo de alguna manera prolijamente ordenado dentro de
su mochila y salió del vagón que la alojaba hace algunas noches.
No
le quedaban muchas provisiones, por lo que debía pasar por un pueblo cuanto
antes.
Sin
rumbo, optó por caminar hacia el sur, siguiendo el trayecto de las antiguas
vías. Las manos unidas en un rezo perenne mientras avanzaba con la mirada
perdida en el horizonte.
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