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Y entonces sucedió.
El hielo se desintegró en milésimas de segundo sin que Cristian tuviera ninguna chance de recrearlo.
El cuerpo del hombre explotó como si fuera una bomba, en un último intento incontrolable de sobrevivir.
La detonación expandió un nova de destrucción y caos en todas direcciones.
Cristian abrazó a su novio y lo cubrió con su cuerpo. Julián cerró los ojos y aguardó lo peor.
La onda expansiva iba arrasando con todo a su paso, quemando el suelo, el pasto, desintegrando la granja, la casa, el granero con sus animales. Todo fue borrado en cuestión de segundos.
Cristian sentía la presión que ejercía ese inmenso poder contra su cuerpo. Su protección no era suficiente, por lo que su cuerpo comenzó a quemarse. Pero tan rápido como sucedía, sus habilidades curativas regeneraban los tejidos chamuscados. El dolor era inmenso. Una agonía que hizo estallar lágrimas en sus ojos y escapar un incontrolable grito de dolor, ahogado por el ensordecedor ruido de la destrucción.

La presión en el cuello de Tadeo desapareció.
Tomó una bocanada de aire y le pareció la experiencia más hermosa de su vida.
De a poco recupero sus sentidos y pudo mover las extremidades.
Entonces recordó.
Levantó la vista y vio a Julio con el fusil levantado, del cual salía humo.
En el suelo vio a un hombre. O eso parecía. Su cabeza se había desintegrado.
El disparo de Julio había sido certero y letal, casi a quemaropa.
Julio se había acercado aterrado al ver la escena; Tadeo siendo estrangulado por algo que parecía ser un látigo envuelto en llamas, sostenido por el mismo hombre que tantos años los había atormentado, sumiéndolos en la pobreza y en una vida llena de miedo y rencor.
Entonces Julio tomó la decisión de liberarse. Salvar una vida y liberar su alma de la cárcel en la que vivía.

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