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Sin dudarlo un segundo, aún a pesar de escuchar a su amada corriendo tras él implorándole que volviera, levantó el fusil y con sus ojos llenos de odio pero sin mediar palabra, apuntó a la cabeza y a menos de un metro, apretó el gatillo.
Como de costumbre, el disparo lo hizo recular, pero esta vez no se percató.
La escena ocupó del todo su mente.
El disparo desgarró la cabeza del hombre, de aquel "hijo de puta" al que tanto temía y odiaba.
El cuerpo cayó inerte y un reguero de sangre manchó aquel claro que tanto amaba, en el que tantos momentos había vivido con Marta y su hijo.
Tadeo vio a Julio aún rifle en mano, contemplar con ojos llorosos el cuerpo a sus pies. Buscó la cabeza pero no había nada más que una masa uniforme bañada en sangre y trozos de algo que parecía sesos por todos lados. Se le revolvió el estómago.
Marta llegó corriendo junto a su marido y con delicadeza le hizo bajar el rifle y lo abrazó.
Ambos rompieron a llorar.

- Somos libres. - Dijo Julio.

Entonces un ruido ensordecedor se oyó a poca distancia.
Los ojos de Tadeo captaron el momento exacto en que el hombre de barba explotaba.
Vio a su mejor amigo abrazar a su novio y protegerlo con su cuerpo de lo que se avecinaba.
Y entonces entendió.
Iban a morir.
Todos iban a morir.
Miró a los ancianos, llorar de felicidad abrazados. No sabía que era la última vez.
La destrucción voló hacia ellos, cobrando todas las vidas posibles a su paso.
El pasto desaparecía, árboles enteros se desintegraban.
Tadeo quiso hacer algo, pero ya era tarde.
Julio y Marta habían desaparecido. Desintegrados en ese abrazo infinito, el que más tarde recordaría con la certeza de que trascendería esta vida.

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