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Los ojos de la anciana se llenaron de lágrimas.

- Claro que los conozco. Ellos asesinaron a mi hijo y mi sobrino. Los conozco muy bien. Esa familia de asesinos, destruyó mi familia. - La voz le temblaba ligeramente, entre dolor e ira.
- P-perdón... - Tadeo no sabía qué decir y se sintió culpable por haberle recordado a la señora su pérdida.

- Está bien hijo. - Dijo recuperando el temple la anciana.
Fue hace más de veinte años. Mi Tomy apenas tenía ocho.

A Tadeo le dio náuseas imaginar a esos psicópatas matando a niños de ocho años. Y se preguntó si sería una tradición familiar la de esos enfermos, ya que hace veinte años, el grupo seguramente era otro.

- Esto es lo que vamos a hacer. - Dijo de pronto la anciana cambiando de tema.
Vos y tus amigos van a venir acá. Yo soy enfermera... Bueno, fui... Pero tengo aún algunos medicamentos y mis manos siguen impertérritas a la hora de sanar. Van a descansar y alimentarse en nuestra casa, hasta que puedan seguir su viaje. Es humilde, pero nos las vamos a arreglar.
- ¡Wow! ¡Muchas gracias! ¡Es muy amable! Pero... Su marido... ¿No le traerá problemas...?
- No te preocupes por ese viejo gruñón. - Zanjó Marta.
¿Están muy lejos tus amigos?
- No... a unas horas de caminata...
- Bueno, tomá, llevate un poco de agua y comida, suficiente hasta que puedan llegar acá.

Marta le dio a Tadeo unas provisiones y llenó sus botellas de agua. Tadeo agradecido guardó todo en su mochila. Salió de la casita, al tiempo que Julio entraba y lo miraba con recelo.
Reemprendió el camino de regreso a donde estaban sus amigos, sin poder dejar de pensar en el dolor con el que habrían convivido los viejos durante los últimos veinte años.
Para cuando llegó, ya eran casi las cuatro de la tarde.

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