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Lentamente sus pies se fueron despegando del suelo, a medida que su cuerpo flotaba.
La sorpresa mezclada con alegría lo invadió, haciendo que sus brazos temblaran y su concentración se rompiera. El resultado fue Tadeo cayendo al suelo de rodillas poco menos de medio metro.
Si bien el impacto fue doloroso, estaba abrumado por la felicidad. Había flotado. Otra vez.
Volvió a intentarlo pero el cansancio no le permitió siquiera despegarse del suelo.
Se tendió en el suelo a descansar. Pensando en lo que acababa de hacer.
Pasado un rato y con el ritmo cardíaco normalizado, volvió a intentarlo.
Esta vez se elevó a más de un metro del suelo y pudo mantenerse relativamente estable.
El problema fue cuando quiso desplazarse. Torció sus palmas apuntando ligeramente hacia atrás, lo que lo propulsó un poco hacia adelante. Pero su cuerpo comenzó a caer.
Justo antes de chocar con el suelo pudo frenar el descenso al apuntar otra vez con sus palmas hacia el suelo.
Entonces Tadeo comprendió que su manera de flotar, o en el mejor de los casos, volar, era una especie de motor a propulsión, inverso hacia donde apuntara sus palmas y por ende sus chorros de fuego.
Si apuntaba hacia abajo, subía o se mantenía flotando. Si apuntaba hacia atrás, iría hacia delante.
Volvió a tomarse un buen rato para descansar y volvió a intentarlo. Esta vez no quiso elevarse, directamente apuntó hacia atrás con los pies en el suelo y comenzó a avanzar. El problema eran sus pies trabándose en el suelo, forzándolo a dar pasos.
Dio un salto, liberando a sus pies de  la resistencia ofrecida por el piso y salió propulsado a gran velocidad, lo que lo tomó por sorpresa y terminó aterrizando con la cara en el suelo y arrastrándose unos metros.
La cara le ardía y sentía el calor de la sangre sobre el rostro.
Se limpió como pudo con la remera y decidió volver a la casa.
No quería que lo vieran así. Entró sin hacer ruido y se fue directamente al baño a limpiarse. Vio la puerta del cuarto cerrada y supuso que Marta y Cristian seguirían con las curaciones de Julián.

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