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La voz de Julián le llegaba lentamente y desde lejos. No podía dejar de mirar la cara de quienes los estaban atacando. Veía el sadismo y el ansia de sangre en sus rostros y lo paralizaba. Sus nervios eran incontrolables.
Entonces Cristian lo tomó con ambas manos de la cara y le habló cara a cara a un palmo de distancia.

- Te necesito amigo, Julián está herido. ¡Ayudános! - La voz de Cristian intentaba ser paciente, pero denotaba urgencia.

Tadeo fue poco a poco reaccionando, veía el rostro de su mejor amigo a centímetros del suyo, transpirado y asustado. Su amigo de toda la vida corría peligro y le estaba pidiendo ayuda.
En el suelo, arrodillado por el dolor veía a Julián, sangrando profusamente. Pero esta vez no fue paralizado por la sangre, sino que esto lo despertó, como si sus sentidos hubieran finalmente decidido reaccionar y encima agudizados.

- Si... Emm... Perdón chicos... Ya estoy bien... Cuenten conmigo. - Dijo por fin Tadeo con tono resolutivo.
- Bien, hay que salir de acá. - La voz de Julián dejaba notar su dolor.
- Ok. ¿Cuál es el plan?
- Vos Tadeo abrinos paso, hacé lo que sea necesario, estos tipos están enfermos. Vos Cristian seguilo, yo los cubro por atrás.
- Entendido. ¿Para dónde corremos? - Quiso saber Tadeo.
- En este momento eso es lo menos importante. Para donde se pueda, sos el guía, buscá el mejor camino, te seguimos.

Tadeo miró a sus rivales. Ya no los tenían al frente y atrás, si no que los habían rodeado en una especie de círculo macabro, todos con sus arcos levantados y algunos también cuchillo en mano.
Decidió que el mejor punto de salida sería en el espacio entre el más pequeño de los rivales, que aparentaba unos catorce años y el mayor del grupo, de unos cuarenta.

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